sábado, 26 de diciembre de 2009

"Au cœur du mensonge" de Claude Chabrol

Esta tarde es mía. Sólo mía.

Desde que supe que Alberto pasaría el día de hoy en Granada dando una charla sobre fachadas ligeras en el Colegio de Arquitectos y que, en consecuencia, no tendría que preocuparme en más de treinta y seis horas por horarios domésticos que cumplir, empecé a preparar mi particular ratito de placer. Antes de pasar a la acción incombustible del mejor cine francés en versión original, me tomo la molestia de acudir a la cita para la cura de mi nuevo piercing en el trago de mi oreja izquierda. Dicen que ha cicatrizado bien. En una semana podré cambiarme de pendiente... sí, claro, en una semana. Alberto se llevó las manos a la cabeza cuando vio ese nuevo punto plateado en mi oreja hace un par de semanas. Se ve que, por mucho que intenté tapármelo con el pelo, simplemente no fue suficiente. El muy canalla suele aliarse con mi madre para hacer más fuerza con eso de "Silvia, ya no tienes edad para esas cosas", como si la actitud con la que debemos enfrentarnos a la rutinaria costumbre tuviera que ser una fotocopia en blanco y negro además de plana. En fin, se hacen mayores... ellos, yo no.



La tarde prometía. Dos horas con Monsieur Chabrol es todo un privilegio para alguien como yo (sin comentarios). Sólo por paladear despacio la música que acompaña al film ya merece la pena evadirte del mundo por un rato. Si cerrase los ojos sería como saborear un beso húmedo y tranquilo que parece que no vaya a tener fin. De esos en los que los labios casi no se mueven salvo por el rictus imperceptible de una pareja de sonrisas nerviosas. Mientras, las lenguas, (¡ay las lenguas!), bailan sin parar un vals arropadas por la cavidad de dos bocas que se desean momentáneamente por encima de todas las cosas. Así es la música de Au coeur du mensonge, En el corazón de la mentira.


La acción transcurre al ritmo de las vidas de los propios personajes, pausado pero continuo, algo así como la manera en la que se va formando el algodón de azúcar en la feria a los ojos de un niño. Las mentiras encadenas que se hilvanan a lo largo de la historia terminan por tejer un tapiz bicolor de la edad adulta. “Quand je suis avec toi tu ne peux pas te retrouver”. Existencias aburridas, convivencias maltrechas, parejas venidas a menos, historias cotidianas bañadas por la cadencia abrumadora de la lengua de Baudelaire y Les fleurs du mal. Me siento afortunada…



Acaba de llamar Alberto. Las charlas han sido un éxito. Yo lo sabía, confío en su capacidad por encima de cualquier cosa. Llegará a casa tarde y ésta que escribe, para no perder la costumbre, lo esperará medio dormida en la mecedora bajo una mantita polar con un café humeante lleno de mijitas de galletas flotando... que no pienso terminarme.

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