viernes, 25 de diciembre de 2009

Miércoles en la oficina

Hoy yo no soy yo. Un extraño agotamiento parece invadir mi cuerpo. Hace un rato impreciso que mis ojos se han cerrado al tiempo que mi cabeza comenzaba a balancearse. Me he visto como una peonza que gira sin tregua en el centro de la oficina. Mi cuello ha empezado a parecer un trozo de plastilina color carne incapaz de soportar erguido su propio peso. Entonces he caído agotada sobre la mesa, casi totalmente despejada dado el volumen actual de trabajo. ¡Ay, la crisis! Mi cabeza ha chocado contra la madera con tal fuerza que un sonido sordo y hueco ha retumbado entre esas cuatro paredes durante algunos minutos. Tal vez horas. Días. Me temo que esa es una incógnita que nunca despejaré. Lo cierto es que desde el momento del choque fortuito mis ojos no se han vuelto abrir. En un primer momento he contemplado la posibilidad de que mis párpados se hayan vuelto de plastilina en un claro acto de solidaridad con mi cuello. Pero, siendo fiel a la probable realidad que me rodea, mucho me temo que el responsable de mis párpados pegados es ese líquido viscoso y caliente que emana de alguna parte de mi cabeza. ¿De qué color será? ¿Verde marciano? ¿Azul abolengo? ¿Tal vez rojo convencional? Bueno, da igual, está claro que nunca lo sabré.

Calla, anda, calla un momento. Empiezo a oír un molesto ruido alrededor de mí. Un molesto ruido de voces que, aunque no me resultan ajenas, sí son cada vez más extrañas. Si mi cuello no se hubiera vuelto de plastilina así tan de repente, en este preciso instante levantaría mi cabeza y abriría los ojos. Eso si mis párpados no fueran también de plastilina... ¿Acaso he logrado engañarte? ¡Cómo si hubiera olvidado ya que el único responsable de mi ceguera repentina no es otro que ese líquido viscoso, caliente, molesto, inodoro e incoloro que emana sin cesar de mi cabeza.

Una sensación extraña abarca mi cuerpo. Me siento flotar, pero no como una pluma que irremediablemente cae. Más bien como un globo de gas que se eleva hasta las nubes. Hasta la troposfera. La estratosfera. La mesosfera. Un globo de gas que uno ve elevarse y perderse a la vista pero que sabe que pronto caerá como una pluma. ¡Qué curioso! ¿No será que me siento flotar como una pluma? No sé. No sé nada de mi nuevo estado. Sólo que hay muchas cosas que, sin más, han dejado de importarme. La falta de trabajo que nos encamina a un futuro más que incierto. El cambio de domiciliación del recibo del coche. El cierre de la instalación del gas por emitir demasiado CO. Ahora me explico yo por qué mi tortuga parecía estar hibernando. Cómo que vive tranquila en su piscina bajo el calentador. Después de mudarla ni la discusión que por teléfono he tenido con la compañía del gas me importa. Como ha dejado de importarme la largura extrema de mi pelo o la ropa de invierno. Tú. Tú también me has dejado de importar. Hasta yo misma no me importo.

Porque, digo yo, ¿qué más dará... si mañana todo volverá a ser lo mismo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario