jueves, 22 de abril de 2010

"Odette Toulemonde" de Eric-Emmanuel Schmitt (2006)

Hoy es uno de esos días que siento como perdido. No puedo evitar, por mucho que me empeño, que cierta sensación de desamparo solitario y perpetuo me envuelva en esta jornada gris como a la protagonista de una tragedia muda en blanco y negro. Y es que, por culpa de una feria que ni me va ni me viene, me veo obligada a pasar la tarde de guardia ante un ordenador demasiado ruidoso en medio de una sala demasiado silenciosa de la segunda planta de un edificio demasiado vacío. Oposiciones a idiota debí aprobar el día que entré a trabajar aquí, estoy segura de ello. El pasar de los minutos se me antoja tan eterno como los bostezos que hace rato suelto a diestro y siniestro. Hasta he tenido que comer aquí, entre estas monótonas cuatro paredes, sólo aliviado mi terrible aburrimiento por el improvisado “tour” que he realizado montada sobre mi silla giratoria de ruedas desde mi mesa hasta la máquina de refrescos, ida y vuelta. Privilegios de estar rematadamente sola.

Alberto suele decir, para alegría de mi músculo motor, que vivir conmigo es lo más parecido a sentirse el protagonista de una comedia francesa de ésas en las que la chica ingenua de turno, normalmente solitaria y extrañamente feliz, pretende arreglar el mundo abanderando una filosofía de vida tan absurda como eficaz. Es todo un alivio saber que su cuadriculada cabeza no es sólo capaz de comprenderme (unas veces mejor que otras), sino que también lo es de valorarme.

Odette Toulemonde es, para mí, una de las mejores comedias francesas de todos los tiempos. De hecho, si yo hubiera tenido que escribir el guión de una película, sin duda alguna que habría sido el de ésta. Un segundo, voy a por una palmera de chocolate a la máquina… sí, montada en mi silla giratoria de ruedas. No tardo nada. […]. Ya estoy de nuevo aquí. Por un segundo he temido que mi merienda se quedase atascada en ese hierro espiral que la debía traer directamente a mis manos, pero no, por una vez se ha portado como un perfecto caballero. Como iba diciendo, la filosofía de vida de Odette condensa las claves para alcanzar la felicidad en cinco puntos de fácil aplicación. A saber:
1. No guardar para mañana las palabras de afecto que puedas regalar hoy.
2. Afrontar cada día con la cabeza en las nubes y los pies un poquito por encima del suelo.
3. Alabar las virtudes de nuestros semejantes sin dar importancia al amasijo de defectos que estamos hechos.
4. Conseguir cada mañana que lo más monótono parezca nuevo.
5. Disfrutar del amor de quienes queremos y cuidar el Amor de quien amamos por encima de todo lo demás.

La sencillez de esta madre de familia viuda, que abarca tanto lo imaginable como lo inimaginable entre plumas y abalorios, revela a ritmo de la atemporal Joséphine Baker un estado de felicidad constante en un contexto de lo más variopinto donde los sueños aún se pueden hacer realidad. Y es que esta heroína de moño encorsetado y maneras de adolescente ingenua nos transporta a un mundo de ensoñación cotidiana donde ser feliz es POSIBLE.


Alberto afirma convencido y rotundo que tengo unos gustos vitales rarísimos. “Por eso me casé contigo, guapo, porque me gustan las cosas raras”, bromeo divertida. Entonces él agacha la cabeza como dándome por imposible y sonríe. Es una de las cosas que más me gustan de él.

1 comentario: