martes, 9 de marzo de 2010

Le diable amoureux

Intentó tragar saliva. Sentía la garganta tan seca que, en breve y de seguro, ni el aire podría atravesarla. Llevaba semanas, quizás meses, convenciéndose a sí misma de la conveniencia y el acierto de su precipitada decisión, pero hoy, el día elegido, su cuerpo petrificado parecía no querer responderle. Menuda paradoja. Quiso saberse normalmente humana. Ilusa. Lo cierto es que su transformación en piedra era inminente, tanto que ni su propia voluntad sería capaz de deshacer lo deshecho. Al principio, la idea de convertirse en un trozo de roca que ni siente ni padece le resultó de lo más atractivo. Casi se imaginó como aquella estatua que vagaba solitaria, volátil, mágica, página tras página, en la ensoñación de un triste diable amoureux. Ilusa. Dos veces ilusa. En ese momento, la realidad no se le antojaba ni tan literaria ni tan deseada como el meridiano izquierdo de su cerebro le quería hacer creer. De nuevo intentó tragar saliva. Nada. Llevaba semanas, quizás meses, soñando con mudar su piel por piedra, una piedra fría, resbaladiza y dura. Inquebrantable, inhumana, insensible, impermeable. Una piedra informe, pequeña, casi invisible. Una de ésas que alejas de un puntapié o de las que te molestan dentro del zapato. Una piedra olvidada en un cementerio de piedras. Una vez más intentó tragar saliva pero, simplemente, no pudo. Su garganta ya se había convertido en granito.

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