viernes, 25 de diciembre de 2009

El sueño del avestruz

Solía esconder la cabeza bajo tierra cada vez que la cosa se complicaba. Estaba convencida de que con esta absurda práctica su gran problema se esfumaría. Ausencia, lo llamaba ella. Cobardía, diría yo. Así pasaba sus días, negando lo evidente y ocultando la realidad, mintiendo en definitiva a diestro y siniestro como si de esta manera pudiera librarse de la espesa negrura que la acechaba. Ilusa, demasiado ilusa para su edad. Pero lo que no sabía es que los fantasmas nunca se alejan demasiado del lugar donde sus vidas quedaron ancladas y que, por mucho que escondiera su cabeza bajo tierra, por cientos de mentiras que hilvanara para disfrazar la verdad, su existencia estaba irremediablemente atada a aquello de lo que huía. Podía gritar tan fuerte que el eco de su voz resonara en las Antípodas. Podía transformarse en un cuerpo mudo recluido tras una pantalla de quince pulgadas. Incluso podía engañarse a sí misma convirtiendo su pesadilla en el sueño del avestruz. Pero lo que ella no podía, lo que nunca llegaría a conseguir era dejar de sentirse culpable hasta por respirar.

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