sábado, 26 de diciembre de 2009

"Las cosas que no nos dijimos" de Marc Levy

1.

-He leído este libro –me digo a mí misma en un arrebato de consciencia. –Lo he leído, lo que no sé precisar es cuándo. Hoy no recuerdo cuándo… -me levanto sin llamar la atención y voy al baño con los ojos vidriosos.



2.
Las cosas que no nos dijimos. Magnífico título para esta historia de segundas oportunidades horneada por el maestro pastelero galo Marc Levy, autor de las exquisiteces Ojalá fuera cierto, Volver a verte y Mis amigos, mis amores, todas ellas recomendables para momentos de carencia de melaza, palabra. Me sería fácil hacer un resumen exhaustivo de las páginas que he leído (teniendo en cuenta la de notas que tomo y lo que me enrollo en estos temas). Aún más fácil me resultaría hacer un "copia y pega" desde cualquiera de las miles de páginas que, sobre esta nueva novela del francés, se cuelgan en la red. Sin embargo, hoy me apetece algo distinto, divagar, discurrir o soltar el rollo, como prefieras llamarlo, teclear una disertación personal sobre las segundas oportunidades que rara vez se nos presentan a los mortales en nuestras cotidianas vidas (al menos a mí), de cómo unos las aprovechan mientras otros se dedican a dejarlas pasar o, lo que es aún peor, a perderlas directamente, por no citar a los que ni siquiera se les presentan. Empecemos pues.
A ver, tú, sí tú. Tú que entras de vez en cuando en mi espacio con cierta curiosidad malsana. Tú, dime, ¿quién no ha conocido alguna vez a alguien?, ¿un alguien de esos que gozan de una vida tan cómoda que pronto, muy pronto, demasiado, olvidan que para los demás no lo es tanto?, ¿un alguien que reniega de una existencia entregada a cuestiones que no le llenan, obligadas, casi impuestas, que le restan un precioso tiempo para sí? No me contestes, anda, puedo adivinar lo que aflora a tus labios. Con los años nos volvemos previsibles, además, sólo se trataba de una pregunta retórica. ¿Afortunado o desafortunado?, ese alguien digo. Pues depende del lado desde el que lo miremos, como sucede con todo. Para mí, desde luego que lo primero. Si, como decía Dufresnes, “el aburrimiento es la enfermad de las personas afortunadas”… ¡yo quiero aburrirme! Como una ostra además, como una vulgar ostra sin perla y con la concha descascarillada por los bordes.
A lo que iba, que con tanto rodeo metafórico te pierdes dentro mis palabras y a ti, siendo sincera, no se te da demasiado bien eso de aparentar ser más inteligente de lo que te cayó en suerte, lo que pasa es que una es bastante discreta y, por si fuera poco, le gusta agradar. Bien, este alguien afortunado que tenemos en mente disfrutará no de una segunda oportunidad, sino de una tercera y hasta de una cuarta, como Julia, la protagonista de Las cosas que no nos dijimos. Pero irá desgastando cada una de las que se le concedan sólo porque ni siquiera sabe lo que quiere, igualito que ella. Y con el tiempo, cuando la vida se canse de darle oportunidades o, simplemente, se las ofrezca a otro, malgastará su existencia lamentándose, otra vez como Julia. Ley de vida del mundo real, colega, donde nosotros mismos somos dueños del día a día. Ya, ya, ya sé que prefieres la ficción de las novelas que dices leer, la perfecta vida de esos protagonistas tan turbadores de las historias que nos agitan gracias a la capacidad de alguien que, incapaz de vivir por y para sí mismo, lo hace por y para los demás; pero… ¿Te has vuelto a perder, verdad? Lo estaba imaginando, es que hoy escribo para mí, no para ti. Extraordinaria historia en todo caso. Hasta ahí llegas, ¿no?


3.

Esta extraña noche de sábado, yo, aquí, sentada en mi mecedora con el portátil sobre las piernas, con una mantita polar y un humeante café con mijitas de galleta flotando que no pienso terminarme, confieso que necesito una segunda oportunidad. Quiero una segunda oportunidad, por favor. La exijo. La reclamo a gritos con la boca bien cerrada. Pero no sé por qué no llega. Igual es que no la merezco. ¡Qué importa y a quién!, si yo me siento castigada por algo terrible que debí hacer en alguna de mis vidas pasadas y que ahora no recuerdo...
Vencida por el sueño, mi cabeza no deja de pensar, aunque en este caso lo hace en un estado placentero de cierta inconsciencia asemejando lo que me ocurre al vaivén de la marea de las playas de mi tierra: Cuando está llena y el océano se acerca amenazante, todos se agolpan a mi alrededor buscando un hueco mientras yo, sin soltarlos de mi mano para apaciguar sus miedos, intento unas veces con menos fortuna que otras que mi pequeño espacio permanezca inquebrantable; cuando está vacía, cuando más necesito que los que me rodean se peguen a mí como una lapa para que no me pierda por el camino, para que sepa volver a casa, para que no olvide quién fui, cuando el océano no es una incombustible amenaza azul para ellos, todos se dispersan por la arena entretenidos en sus aburridos quehaceres cotidianos sin importarles que ahora, con la marea vacía, quien tiene miedo soy yo. ¿Y qué pasa entonces conmigo? ¿Dime? ¿Qué pasa conmigo? ¿Lo sabes? Da igual, te lo digo yo. NADA. Conmigo nunca pasa NADA.


4.

No sabría decir por qué mi vida unas veces parece estar estancada y otras cambiar a pasos agigantados, pero sí sé que tanto giro inesperado me da vértigo. Tampoco sé por qué me levanto una mañana y lo que antes me quitaba la respiración llegando a oprimirme el pecho1 ahora no me supone la más mínima molestia. (¿Magia?). Pero es así, no hay más por mucho que yo me empeñe en que todo sea como antes. Mi propio yo se aleja cada vez más de mí hasta hundirse en el fango que recubre mi memoria... quiero una segunda oportunidad, por favor, por favor, por favor. No hagas que te la suplique, no me hagas creer de nuevo en un milagro divino para, más tarde, todo quedar en nada. Porque estoy cansada, muy cansada, de verdad. Entra y sale gente de mi vida sin parar ajenas a la realidad que me enreda y, aunque sigo sin estar en disposición de saber quién merece un hueco y quien una patada, creo que el tiempo pone a cada uno en su lugar. [...]
¿Sabes qué?, saldré de ésta. Sí. Hoy, pese a este terrible y devastador dolor de cabeza, hoy estoy convencida de que saldré. Puedo conseguirlo incluso sola. Lo sé. Mi mundo no acaba porque le deje de importar a alguien de la noche a la mañana. No me voy a pasar la vida fingiendo una "normalidad absoluta" que ya no existe, por eso ahora soy yo quien necesita una segunda oportunidad y, como hace Julia en Las cosas que no nos dijimos, no pienso desaprovecharla. YO NO.

__________________________________________________________
1. Puntualización importante: Lo que me quita la respiración y me oprime el pecho es la ansiedad, que de malentendidos sin resolver está lleno el mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario