viernes, 25 de diciembre de 2009

Los posos del café

Bebió un sorbo. Incluso dos. Tres si me apuras. Aquella mañana de otoño, contra todo pronóstico, decidió tomarse un café. Sujeto entre sus manos el vaso de plástico que retenía la momentánea expansión de aquel líquido viscoso, aún se atrevió a dar un sorbo más con la mirada perdida en algún píxel de su TFT. Las últimas noticias no eran alentadoras, es más, presumían ser tan lamentables como aquella terrible mañana, pero le dio igual. Con un movimiento casi mecánico desvió la mirada mientras sus pupilas bizqueaban ante un nuevo sorbo fijas en el supuesto café. “Es una lata el trabajar”, canturreó despistado su cerebro. “Todos los días te tienes que levantar”. Su mirada volvió a perderse en algún lugar recóndito de esas quince pulgadas. “Aparte de eso, gracias a Dios”. Sacudió con fuerza la cabeza como si de esa manera pudiera alejar de ella un pensamiento recurrente. “Dios no existe”, murmuró al tiempo que volvía a tomar un sorbo de café con la esperanza de que, al final, los posos le ofrecieran algo de cordura y templanza al devenir de esa terrible mañana de otoño.

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